viernes, 6 de septiembre de 2013
En aquellos días no hubo una vez que dudara
Eera una jóven madre casi soltera y desempleada. Casi soltera, porque tenía por marido, un hombre que nada más veía a la hora de dormir, que casi no resolvía los problemas del hogar. Estaba técnicamente sola con dos niños, uno de cinco años de una relación anterior ( con un sin verguenza que me abandonó embarazada) y uno de dos años que tenía con mi cuasimarido. Económicamente estaba, literalmente hablando, frenando en el aro, mi cuasimarido se gastaba todo "el sudor de su frente", como solía decir él, en borracheras que me traían la vida como vira lata hambriento atrapado entre alambres de púas, mientras huele un rico filete abandonado. Él nunca llegaba tarde por las noches, no señor! Llegaba bien de madrugada. Después de pasar toda la noche entrando la mano derecha en el bolsillo y lamiendo sus labios para no desperdiciar ni una gota de alcohol. Imagino que muy feliz. Llegaba a la casa hecho un demonio y con los bolsillos vacíos. Mientras yo tenía que hacer malavares para mantener la credibilidad con los múltiples proveedores de lo crèditos que tenía para sobrevivir: El colegio de los niños; el colmado; la farmacia; la ferretería; la tienda de electrodomésticos; el lechuguero; el guandulero; el hombre de los cuadros; la mujer de la enciclopedia, el alquiler de la casa; la pollera y otros. Yo hacia unos que otros ajustes para buscar el peso, pero no era fácil. En esa época una de mis hermanas, que tenía la fortuna de tener un empleo estable, emigró hacia los USA y antes de irse me presentó al encargado del departamento legal y al secretario de la Institución en que habíalaborado por diez años, les pidió el favor de ayudarme a obtener un nombramiento en el puesto de trabajo que ella había dejado vacante. Mi hermana me regaló la ropa que ella usaba para trabajar en la oficina. Yo estaba feliz, por fin iba a tener un alivio para mi precaria situación económica... El abogado le dijo a ella que si, que me ayudaría, que podía irse tranquila. El hombre me dijo trae un curriculum, y al otro día lo llevé. Como creía que me darían el puesto que había dejado mi hermana, iba todos los días tempranito con la esperanza que me dijeran "hoy comienzas a trabajar". Me colaba a un pasillo restringido de aquella institución y esperaba los funcionarios que conocía dentro de sus oficinas, primero al secretario, quien resultó ser un falsante y luego al abogado. Los guardias de seguridad no me molestaban cuando entraba, probablemente creían que yo trabajaba en el lugar. De tanto verme la cara un día el encargado del departamento legal se cansó y le dijo a la asistente: "karen, y que yo voy a hacer con esta mujer?", se rascó la barbilla y agregó: "prepárame una carta de recomendación para ella y llévala a la secretaría". En ese momento supe que ya tenía un empleo. Aunque mucho tiempo después me enteré que el trabajo que era de mi hermana se lo habían dado a otra persona en cuanto ella renunció. Pero en aquellos días no hubo una vez en que dudara que iba a conseguir el trabajo. Todavía agradezco a mi hermana por su ayuda, ella fue la palanca que movió aquellos ejes para que fuera posible, pero sin duda alguna el pensamiento positivo y la determinación fueron el combustible.